Ojeó dentro del sobre en busca de más hojas o de algún
pedazo de papel que negara todo lo que acababa de leer. Simplemente no era
capaz de creer que una persona hubiese dedicado toda su vida a él. Entonces la
recordó. Recordó a la niña que vivía en frente, y a la joven que estuvo mirando
su ventana desde la calle y a la mujer que había confundido con una prostituta.
Y las relacionó. Era como si ahora todo encajase, ahora todas le parecían
idénticas, cuando en su momento, ni se había percatado del parecido.
De repente pensó en las flores. Esa misma mañana acababa de
recibir un ramo de rosas blancas, esas rosas que tanto le gustaban, ahora sabía
quién las había mandado siempre. "¿Entonces? ¿Seguirá viva?", fue en
lo único que pudo pensar. Y así, día tras día, la idea de que siguiera viva
empezó a atormentarle. La buscó. Recorrió todas las calles de la ciudad buscándola
, viajó hasta donde debía vivir su madre si no había muerto todavía, pero no la
encontró.
Un año exacto después recibió otra carta, de remitente
anónimo. No era un sobre grueso como la última vez. En realidad, solo contenía
una tarjetita blanca que decía: "No me busques, ya estoy muerta". No
recibió rosas ese año. Ni al siguiente.
En dos años, había incubado una obsesión por la mujer de las
rosas blancas. No volvió a salir con ninguna mujer, pasaba días sin salir de
casa y a penas comía, se alimentaba de leer la carta. Los pocos amigos que aún
le quedaban no hacían más que preguntarle cual era la causa de su estado y él
siempre contestaba con respuestas vagas o monosílabos.
No era capaz de creer que la mujer de su vida estaba muerta.
Él sabía que se encontraba en algún lugar del mundo y que la acabaría
encontrando. Tenía una fe ciega en que aparecería un día debajo de su ventana,
que podría verla y decirle todo el tiempo que había pasado pensando en ella,
todas las horas que había estado inmerso en la lectura de su carta. Quería recitársela
completa, para demostrar lo mucho que la quería.
Entonces, seis años más tarde, enfermó. Las noches en vela y
los días sin comer y sin salir le pasaron factura. Nadie del mundo exterior era
ya consciente de lo que le ocurría al escritor, el único que le acompañó en su
lecho de muerte fue su mayordomo, a quien mandó escribir una carta que él
dictaría. Decía así:
"Nunca te he reconocido y nunca se ha podido alguien arrepentir tanto de algo. Te he echado tanto de menos aunque apenas hayamos cruzado un par de palabras y un par de noches hace tanto tiempo... Desde que leí tu carta no pude parar de buscarte, pasé meses enteros recorriendo el mundo para encontrarte, gasté todo lo que tenía en tu búsqueda, pero no te encontré. Pasé años encerrado leyendo tu carta una y otra vez, impregnándome de ti. Sé que estás viva en algún lugar pero me temo que ya no podremos volver a encontrarnos. Solo deseo que esta carta llegue a ti algún día. Nunca he querido tanto a alguien como quiero a la mujer que me enviaba rosas blancas por mi cumpleaños, nunca he querido tanto a alguien como te quiero a ti".
Cuando terminó de dictar la carta, las lágrimas empezaron a nublar
sus ojos, las convulsiones hacían temblar la cama en la que moriría a la mañana
siguiente.
Nadie recibió nunca su carta y su desconocida nunca supo que
su amor por fin había sido correspondido.
Buenas tardes Sofi, he de decir que ha sido uno de los finales que más me ha gustado. Esto se debe, en gran parte, al lenguaje utilizado y la forma de expresarte. Por otro lado, me gustaría decirte que el título es lo que más me ha llamado la atención, pues hasta que no lo lees entero, no sabes el por qué. Un saludo y enhorabuena
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBuenas Sofía,
ResponderEliminarTu final alternativo de Carta a una desconocida me ha gustado mucho, ya que él, es un claro ejemplo de lo que nos pasa a todo, que es que no nos damos cuenta de lo que tenemos o hubiéramos podido tener hasta que lo perdemos todo por completo.
Saludos.